sábado, 17 de noviembre de 2007

No boten el castillo.


Anoche estuve con mis buenos amigos Ortega, Pedro, Gonzalo -ta bien la polola- Chaparro, Negro Martín y Max. Y fue un buen momento. Y nos reímos bastante; de cualquier pelotudez. Y hoy, muy temprano, sin saber por qué -después de un rato entendí por qué- me desperté con una angustia muy fuerte, profunda, irreparable.
Algunas páginas atrás, otros días atrás, el bueno de Daniel Sánchez recordó cosas, como varios que en este lugar recuerdan cosas. Pero hay un momento especial de su adolescencia en el que él me recuerda, y que yo también lo recuerdo, y que probablemente varios lo recuerdan. Es aquel triste sábado de 1985 en el que despedimos la torre del castillo. En el corno sonaron dos rayas y dos puntos (la Z en alfabeto morse) la última letra, el final. Había que demolerla. El terremoto de marzo de ese año obligaba a tomar esa decisión. Y ahí estábamos. Parados, cuadrados, medio milicos, tristes, muy tristes. Pero derechos, la mirada altiva, despidiendo esa contrucción maravillosa.
Y hoy, muchos años después, me desperté con una angustia muy fuerte. Porque hoy no van a despedir una torre. Hoy le van a dar el adiós al castillo del Notre. Nuestro castillo. Porque después van a demolerlo. Como todo lo bello en esta ciudad. Todo lo bello de esta ciudad se demuele. Porque pareciera que la belleza es un problema. A mí nadie me preguntó si eso estaba bien. A ti tampoco. Simplemente el metro cuadrado tiene un valor demasiado alto como para mantener esa construcción innecesaria. Y puede ser que nuestro colegio sea mañana un colegio mejor, con más tecnología, con mejor infra, con mejores condiciones para los niños que estudian ahí. Pero ninguno de esos niños, que claramente van a ser mejores hombres que nosotros -ése ni siquiera es un punto a discutir- van a crecer en un castillo. Ninguno de ellos va a conocer ese lugar irreemplazable. Ninguno de esos niños va a entender en la profundidad de su alma lo que era ese lugar. Como muchos jamás entendieron, ni entenderán, la bondad extrema e inimitable de Roberto Polain. Aguila Ardiente. Ese que se fue de su Bélgica pensando que jamás iba a encontrar amigos como los del Marchin. Pero los encontró en un castillo. Un castillo que en un tiempo más dejará de existir.

Francisco Guarello.

1 comentario:

Pedro Urzúa Frei dijo...

Tati, me representas plenamente. Que alegría fue hoy recibir tu llamada para ir juntos a despedirlo y volver a cantar al son del acordeon.

Pedro